miércoles, 24 de enero de 2024

Eduardo Berti / Maternidad

 



Eduardo Berti
MATERNIDAD

Hace poco más de un año que las mujeres de cierta aldea rusa dan indefectiblemente a luz animales mamíferos en vez de niños. Superada la sorpresa, resignados a esta realidad todos los pobladores, a la pregunta “qué ha sido ¿una niña o un varón? sobrevino otra que apunta a averiguar la clase de animal que ha sido alumbrado, si perro o tigre, si gato o chimpancé. Las mujeres más envidiadas del pueblo son aquellas que paren algún animal doméstico, ya que sólo ellas -se estima- podrán desplegar sin mayores peligros todo su instinto materno.



 

domingo, 21 de enero de 2024

Marian Engel / Una vez

 


Marian Engel

UNA VEZ


Una vez, tiempo atrás, los ainu de Japón separaron a un osezno de su madre y se lo llevaron para que lo amamantase una mujer. Se convirtió en un miembro de la aldea y se le honró con bondad y amor. En el solsticio de invierno, cuando tenía tres años, lo llevaron al centro de la aldea, lo ataron a un poste y, tras muchas ceremonias y disculpas, lo sacrificaron clavándole afilados palos de bambú. Se celebraron nuevas ceremonias, durante las cuales su madre humana lloró por él, y se comieron su carne. 

Marian Engel
Oso
Impedimenta, Madrid, 2015, cap. 18




 




jueves, 18 de enero de 2024

Triunfo Arciniegas / Labores académicas


Triunfo Arciniegas
LABORES ACADÉMICAS

El autobús partió a las seis en punto con los profesores muy contentos aunque algo adormilados, en el mismo puesto de otros años, con ropas ligeras y coloridas, zapatos deportivos y morrales maltrechos, y tres horas después ya estaban desayunando. Así, con un paseo, daban cierre a una tediosa semana de planeaciones y estúpidas conferencias, reparto de tareas y análisis de infames decretos. Olvidando que el lunes volverían a los trajes oscuros y los alumnos insoportables, la lentitud de las horas y la tiranía de un rector mediocre que les cobraba los desvaríos de su mujer, o peor aún, que en la noche dormirían en las cenizas del lecho conyugal, asediados por los recibos sin pagar, los desperfectos domésticos y el rencor de los hijos, algunos se lanzaron casi de inmediato a la piscina y otros destaparon las primeras botellas. Unos prefirieron caminar, conversar, reírse de la vida, y otros abrieron un libro que pronto les sirvió para cubrirse el rostro. A mediodía algunos ya estaban borrachos y otros tomaban el sol casi desnudos. Dos o tres parejas aprovechaban la música para abrazarse con evidente desesperación mientras los más audaces se habían perdido en el bosque para dar rienda suelta a diversos apetitos. Dos mujeres se besaban en una de las mesas de billar. Los pocos que vinieron a devorar la carne recién asada, escarbaron el plato y arrojaron las sobras a los perros. Las hambrientas bocas de los morrales expulsaron máscaras, látigos y otros objetos. Al final unos corrían, persiguiéndose muertos de risa, otros rodaban por el piso como arrastrados por el viento y otros se metían por las ventanas a desordenar las camas. Se devoraron, ciegos e insaciables, antes de que la tarde llegara a su fin. Luego se vistieron y abordaron el autobús casi a gatas, y volvieron a casa contentos, en silencio, adormilados.

18 de enero de 2024







lunes, 15 de enero de 2024

Betina González / Aprender a nadar



Betina González
APRENDER A NADAR

La niña se escapa de la casa, cruza la calle desierta y atraviesa el parque hacia la pileta. Camina por el pasto en su traje de baño azul con flores amarillas. Camina y las puntas del pelo rubio le tocan la piel de la espalda. Sus pies, metidos en unas sandalias de plástico transparente, la llevan rápido a su destino. Siente el sol en la cara, en los brazos, en todo el cuerpo y la niña quiere decir algo como «gracias» pero no lo dice porque para eso está la risa, esa urgencia del andar, una pierna más rápida que la otra, los pies eficientes en esos zapatos, que pisan cardos, pisan charcos, pisan flores. La niña corre. Corre y aplasta una flor rosada. Se detiene. «Perdón, flor», dice, porque le han enseñado que las flores no se pisan. Pero hay esa urgencia que no sabe bien qué es (algo del cuerpo que se impone) y no le queda otra que volver a correr y pisar: flores, papeles, tierra, escarabajos. Porque es un día de sol, se ha escapado de su madre, que duerme, y ya se oyen los gritos de los otros chicos que juegan en la pileta. Su hermana mayor está ahí. Puede oírla. Oye los pájaros en los árboles, oye el silbato del bañero, las pelotas que rebotan contra el agua, la voz más alta de su hermana que llama al padre. Está sentado en una reposera, en el césped, junto a las lajas hirvientes (el torso desnudo, sin pelos, la piel llena de lunares marrones, lunares rojos, verrugas, pequeñas protuberancias como constelaciones en la piel grasosa de su padre). No contaba con él. Pensaba que también estaría durmiendo, porque eso es lo que hacen los padres a la peor hora de calor de los días de verano. Aunque sea en otra habitación, no en la que duerme su madre. Todavía le falta pasar la pared de ladrillos que le llega al cuello y sobre la que ahora apoya los codos y mira. Mira el borde de la pileta, los pies de los chicos que van y vienen, las gotas que se elevan en las zambullidas, las espaldas de los adultos, los vientres de los adultos, las pieles blancas, untadas, enrojecidas, tostadas, arrugadas y tersas de los padres y las madres que miran a sus hijos. Igual que el suyo, que sigue con los ojos a su hermana, vestida con un traje de baño rosa brillante que el sol transforma en blanco, como si un rayo de luz la siguiera mientras ella corre por el borde, las manos algo rígidas al costado del cuerpo, corre y pisa charcos, pisa un diario que alguien dejó tirado, pisa la hierba y las flores del costado, pero no se detiene, al contrario, pide que la miren (y la miran), sigue corriendo, clava los pies en las lajas, salta con los brazos estirados y se zambulle en la parte más honda de la pileta, ahí donde la madre les ha prohibido siquiera meter los pies, sobre todo a ella, que es la más chica y solo tiene permitido sentarse en los escalones de la parte baja. El padre levanta un poco la cabeza, ve a la hija mayor esforzarse con brazos y piernas hasta llegar a la parte donde sus pies tocan el fondo. No aplaude pero asiente, se inclina en la silla, sonríe. Su hija mayor nada hasta el borde y se detiene ahí, frente a él, cruza los brazos sobre las lajas y le devuelve la sonrisa, los ojos enrojecidos y el pelo pegado a la cabeza como un casco. La niña del traje azul con flores amarillas ahora se afirma con las manos sobre la pared de ladrillos, que está caliente y huele raro, como a pis y a sol. Se raspa un poco la rodilla derecha pero no importa, sigue, corre unos pasos más y ya está detrás de la reposera del padre, cubriéndole los ojos con las manos sucias y transpiradas, justo cuando la hermana mayor tapa el sol con el toallón naranja con el que ahora se envuelve y se seca, se seca la espalda, la cara, los brazos, se pasa la toalla enrollada entre las piernas y la mueve de atrás para adelante, se seca bien, con las piernas abiertas, mientras el padre se ríe y le agarra las manos a ella, la niña de la malla azul, la iza como si fuera un paquete por encima de su cabeza, por encima de su pelo castaño con algunas canas y la niña piensa en la madre, rubia y dormida sobre las sábanas tibias color masa de pan, la madre que duerme sobre su lado izquierdo, con un camisón blanco y corto; la niña piensa en sus párpados, en su índice recorriendo muy despacio la bolita dormida de los ojos de su madre, como si pasara el dedo por un caracol de mar y así conociera su secreto. En lugar de volverla al piso, el padre la acomoda entre su brazo y su pecho, con la mano izquierda le saca de un tirón los zapatos transparentes, se levanta de la silla y atrapa una punta de la toalla que la hija mayor le tiende mientras abre los brazos y, con ellos, la tela, y él pasa el peso fácil de la hija menor al interior mojado y algo rasposo, en el que ahora los dos la mecen, primero despacio, después un poco más rápido, y todo es naranja y oscuro como el sol de un planeta lejano, y la niña ya no piensa en la madre dormida porque el corazón le late fuerte. Oye las risas del padre y de la hermana, que aceleran el vaivén. El cuerpo se le ladea con el movimiento y queda de cara a la oscuridad de la tela, que huele a cloro, a su hermana y a bronceador. La niña clava las uñas en la toalla, se agarra con todas sus fuerzas, pero no sirve de nada porque igual cae. Siente el agua primero en las piernas y la espalda (la cabeza llega última, porque antes golpea en el borde de cemento). La niña cierra los ojos y traga agua. Ve el dolor caliente de su cabeza moverse como puntitos detrás de sus párpados, traga un poco más de agua, abre los ojos, flotan burbujas. Mueve las piernas y los brazos, logra sacar la boca, tose, se hunde, ve las piernas doradas de un chico que nada más adelante. Mueve un poco más los brazos y las piernas, toma aire, ve a su padre y a su hermana en el borde de la pileta que se ríen y la señalan mientras ella sigue flotando con el cuello estirado, moviendo las manos en círculos, las manos extendidas y abiertas por las que el agua pasa, va y viene, manos inútiles. La niña estira las piernas detrás de sí, inclina un poco el torso hacia adelante, el calor en la cabeza es ahora un latido, el latido del golpe. Vuelve a hundirse pero esta vez cierra los dedos de las manos, expulsa aire en burbujas gordas, perfectas, da una patada, saca la cabeza, respira y en el mismo movimiento, gira el cuerpo y lo apunta hacia la dirección contraria, hacia la parte honda de la pileta. El agua hace un remolino a su alrededor, asiente, se ordena, responde. Y en ese movimiento unánime de sus músculos y tendones, la niña descubre su instinto más primario, el impulso que la aleja para siempre del hombre que ríe al otro lado del agua.



viernes, 12 de enero de 2024

Julio Cortázar / El médico



Julio Cortázar
EL MÉDICO

El médico termina de examinarnos y nos tranquiliza. Su voz grave y cordial precede los medicamentos cuya receta escribe ahora, sentado ante su mesa. De cuando en cuando alza la cabeza y sonríe, alentándonos. No es de cuidado, en una semana estaremos bien. Nos arrellanamos en nuestro sillón, felices, y miramos distraídamente en torno. De pronto, en la penumbra debajo de la mesa vemos las piernas del médico. Se ha subido los pantalones hasta los muslos, y tiene medias de mujer.


Julio Cortázar
Historias de cronopios y famas
Edhasa, Barcelona, 1970, pp. 13-14


sábado, 30 de diciembre de 2023

Stephen King / Una historia de horror

 


Stephen King
UNA HISTORIA DE TERROR

¿Quieres empezar el año con una historia de terror?
Aquí la tienes: Empezamos el Año de los Muertos Vivientes con una fiesta.
¡Comimos caviar!
Luego nos comieron los zombis.

FIN


A HORROR STORY
by Stephen King

Want to start the year with a horror story? 
Here it is: We began the Year of the Walking Dead with a party. 
We ate caviar! 
Then the zombies ate us. 
THE END

2 January 2023



martes, 26 de diciembre de 2023

Jonathan Swift / La república de los perros



Jonathan Swift
LA REPÚBLICA DE LOS PERROS
Podemos observar en la república de los perros que todo el Estado disfruta de la paz más absoluta después de una comida abundante, y que surgen entre ellos contiendas civiles tan pronto como un hueso grande viene a caer en poder de algún perro principal, el cual lo reparte con unos pocos, estableciendo una oligarquía, o lo conserva para sí, estableciendo una tiranía.


 


jueves, 21 de diciembre de 2023

Dan Rhodes / Fuji




Dan Rhodes
Fuji

Iolanthe es como el monte Fuji. De lejos es majestuosa y seductora, pero hay algo en ella que decepciona de cerca. Es lo que les confío a sus pretendientes siempre que aparecen con rosas y guitarras españolas. Cuando ella no me oye, les digo: «Si la conquistáis y me la arrebatáis, lo lamentaréis». Lo toman por una amenaza, pero entonces les susurro: «Sé que es preciosa, pero cuando la conoces bien, te das cuenta de que es no es para tanto». Ellos me preguntan por qué no la dejo si eso es cierto. Entonces empiezo a tartamudear. Y es que, sencillamente, no sé cómo explicarlo.



sábado, 16 de diciembre de 2023

Dan Rhodes / Pelusa

 


Ilustración de Tereza Šmucrová 



Dan Rhodes
PELUSA
Traducción de Daniel Weller


Xanthe me dejó. Descubrí su nueva dirección y le devolví la tetera que se había olvidado. Al día siguiente le llevé un libro que me había prestado. Encontré una caja de horquillas para el pelo y le llevé una cada día. Si no estaba en casa, la dejaba en el buzón con una larga carta en la que le explicaba cómo la había encontrado en el suelo. Cuando me quedé sin horquillas, le llevé, en equilibrio sobre el dedo, una pequeña bola de pelusa. «Recuerdo haberla visto caer de tu vestido una tarde», le dije. «Ese floreado tan bonito».





sábado, 9 de diciembre de 2023

Dan Rhodes / Desinterés




Dan Rhodes
Desinterés
Traducción de Daniel Weller

Para evitar que la intensidad de mi amor asustase a Skylark, decidí fingir desinterés. Me preocupaba que esa estrategia no estuviera funcionando; parecía aburrirle mi compañía y no dejaba de mirar el reloj como si estuviera impaciente por marcharse a otro sitio mucho mejor. No obstante, siempre acordábamos con total indiferencia volver a vernos. Cuando por fin un día, loco de amor, dejé caer que podríamos casarnos, se encogió de hombros y, bostezando, dijo: «Como quieras». Me sentí el hombre más afortunado del planeta. El sacerdote nos preguntó si estábamos dispuestos a amarnos y respetarnos toda la vida. Skylark respondió que por qué no, y yo dije que suponía que sí.


domingo, 3 de diciembre de 2023

Eduardo Berti / Noche de hotel




Eduardo Berti
Noche de hotel

El champán del minibar cuesta carísimo. Por eso mismo él tomó la resolución de hacer una breve escapada al supermercado que queda frente al hotel donde acaba de registrarse. Llueve y, volviendo al hotel, disimula la botella debajo del impermeable. Habitación 201. Sale del ascensor y avanza hacia la izquierda. El orden es decreciente: 206, 205, 204… Al principio no le asombra que entre la 202 y la 200 no haya ninguna puerta ni ningún indicio. Sin embargo, sabe bien que existe la habitación 201. Allí dejó sus pertenencias. Así que vuelve a recorrer el pasillo tres, cuatro veces… Misterio. Es como si la 201 se hubiese evaporado. Desde luego, lo normal sería bajar, presentarse en recepción y armar una especie de escándalo. Sin embargo, se toma todo con extraña filosofía. Por suerte tiene el dinero, el pasaporte y el pasaje de regreso en un bolsillo de su impermeable gris claro. Es algo que ha aprendido con el tiempo: siempre lleva encima estas cosas valiosas. Mientras tanto, en la habitación, dejó prendas de vestir, libros, un perfume y el cepillo de dientes. Cosas que pueden reemplazarse, reflexiona con frialdad, hasta que la botella fría bajo el abrigo (la punta de la botella que, como un dedo insolente, llama a la realidad) le recuerda que su mujer lo espera en la cama y es su noche de bodas. Su mujer, sí. En la inmensa cama king size de una habitación que ya no existe más.






viernes, 1 de septiembre de 2023

Triunfo Arciniegas / Millones de razones



Triunfo Arciniegas
MILLONES DE RAZONES

Habíamos montado la exposición como un favor. Las acuarelas no eran del todo malas, aunque carecían de un mérito especial. Es decir, estábamos ante un artista del montón, uno mediocre que no llegaría a ninguna parte. Un austriaco con un bigote ridículo. A cada rato olvidaba su nombre.
Por eso nos sorprendió tanto el hombre que compró todas las obras. Nos sorprendió la compra, por supuesto, y el hombre. Con una pinta que nunca habíamos visto. Un loco. Cerramos el negocio y nos dio la dirección. Nos hizo firmar un contrato de confidencialidad muy fácil de cumplir: no deberíamos revelar la identidad del comprador. Ni al artista ni a nadie.
        –Clientes anónimos –precisó. 
Cerrada la exposición, fui personalmente a entregar las acuarelas. Me sorprendieron las paredes desnudas. Ni siquiera había muebles. El hombre me ofreció un té y conversamos. Pasamos al whisky hasta que se nos oscureció. La conversación se había desbordado. Ya nos reíamos de cualquier cosa cuando le pregunté el interés por un artista tan mediocre.
–Tengo seis millones de razones –dijo.
–¿Seis millones?
–Más de cincuenta millones.
–Adolf Hitler le hace daño al arte –dije.
La frase no le convenía a mis intereses, pero tuve que decirla.
–El arte podrá soportarlo –replicó el hombre.
–Con el éxito de la exposición, está pintando como loco. Va a experimentar con el óleo y ya nos amenazó con otra exposición. 
–Compro todo.
        –Ese pobre Adolf Hitler será olvidado.
–Lo sé.
Me dijo que lo acompañara al jardín, donde encendió una hoguera. Pensaba en las costumbres tan raras de la gente cuando me preguntó si tenía predilección por alguna de las acuarelas.
–Ninguna.
–Entonces no importa el orden.
Trajo el primer lote de acuarelas y lo arrojó a la hoguera, entre risas. Le colaboré con el segundo y el whisky. Pronto estábamos brincando alrededor de la hoguera. A gatas fuimos por el último lote y otra botella. Y seguimos brincando.

1 de septiembre de 2023

Triunfo Arciniegas / La viuda del doctor Castillo

 



Triunfo Arciniegas
LA VIUDA 
DEL DOCTOR CASTILLO

Tan pronto abandonaron el cementerio, el hombre se atrevió a comentar el breve, ajustado y encendido vestido de la viuda. Se refugiaron en un café porque había comenzado a llover.

-El negro ya no es obligatorio -replicó la esposa.

-Está bien, pero casi estaba con los senos al aire.

-No le quitaste el ojo de encima.

-No digas eso, mujer.

Otra pareja llegó corriendo. Se sacudieron a la entrada, salpicando a los más próximos. El asunto iba para largo.

-Ella tampoco te despintó. Te tiene ganas.

-Exageras, como siempre.

-Si tú lo dices -suspiró la mujer.

Un muchacho apareció con el café y el agua arómatica.

-¿Sabes qué es lo raro? Nadie se le acercaba. Como si fuera invisible.

Ensimismado, el hombre tomó el primer sorbo. Quiso añadir algo, pero no encontró las palabras adecuadas o decidió que no le convenía el rumbo de la conversación.

-Lo raro es que apareciera, querido -remató la mujer-. Olvidas que murió hace casi cinco años, en el terremoto de Sacramento.


30 de agosto de 2023


miércoles, 30 de agosto de 2023

Triunfo Arciniegas / Tratado de la brevedad

 

The Invisible Man
Gary Cadima)


Triunfo Arciniegas
TRATADO DE LA BREVEDAD

Me juró amor eterno hace tres meses y diez días, en la azotea de la casa de los Linero, a mediados de septiembre, antes de las lluvias que tantas desgracias ocasionaron. Ahora hace lo mismo con otro y publica la foto de un viaje reciente para que haya constancia. Más alto, más apuesto, más joven. Se contemplan embobados mientras las palomas revolotean a su alrededor. Diecisiete palomas y fragmentos de otras tres. No envidio al hombre, aunque sé con precisión sus privilegios. Me pregunto si en medio de tanta miel sospecha su destino inexorable. No nos parecemos, pero así de feliz me veía entonces.

 

29 de agosto de 2023

lunes, 28 de agosto de 2023

Fleur Jaeggy / Gato

Nino, 2022
Fotografía de Triunfo Arciniegas

Fleur Jaeggy 
GATO

    Observar a los demás siempre es interesante. En el tren, en los aeropuertos, en las convenciones, mientras se hace cola, mientras dos personas están sentadas a una mesa; en suma, en todas las ocasiones en las que confluyen seres. También a los que no viajan o están muy solos se les ocurrirá salir media hora a la calle. Y observar un gato terriblemente absorto y atento al apuntar a la presa. O al apresarla. Quizá sea una mariposa, una hoja, un trozo de papel, un insecto. Cuando ha alcanzado el objetivo, de repente el gato se distrae. Los etólogos llaman a este movimiento Übersprung. Se produce poco antes del golpe mortal. Vemos al gato moverse y desplazar la presa como si fuera una pluma. Los últimos movimientos. La mariposa baila en su agonía. Vibra imperceptiblemente, lo bastante como para despertar aún el interés del gato. Y él se distrae. Se aleja. Con calma muta el rumbo. Muta el rumbo mental. Es como un momento muerto. La estasis. Parece que nada le interese. Parece haber olvidado las alas temblorosas que sólo unos instantes antes habían reclamado su total dedicación. Lo que antes le había poseído, como si hubiera sido una idea, un pensamiento. Ahora él se distrae. Mira a otro lado. Con la patita se frota el morro. Con la patita se rasca detrás de la oreja, inclinando la cabeza. Tiene muchas cosas que hacer. Ninguna de ellas tiene nada que ver con la de antes. Con la acción. El gato mira a otra parte. Está en otra parte. Es un movimiento estratégico. Forma parte de un mecanismo de precisión. En todo ello hay algo que recuerda las marionetas del cuento de Kleist. En la precisión del asalto, en la ligereza y agilidad. En el desapego, en la distancia. Tal vez también la mariposa y la hoja tengan a su vez el mismo momento de Übersprung. Como el gato. Se distraen de la agonía, se apartan de su muerte. De la idea de la muerte. Eso es lo que hace el gato. Se aparta él también de la agonía. Que ha inferido. No sabemos por qué ocurre, el que el gato mire a otro lado. Él lo sabe. Quizás, tal vez sea delectatio morosa ese Übersprung. El melancólico hecho de desprenderse de un vínculo con la víctima. Es volverse hacia otra parte, pasar a otra cosa, manifestar el gesto del desapego, como un adiós. La divagación del tema, la evasión de una palabra, y a la vez la caza de las palabras, el deshacerse de ellas: son otras tantas maneras mentales del hecho de escribir. Hay quien escribe gracias a la delectatio morosa. Thomas de Quincey, por ejemplo, una vez señaló el «dark frenzy of horror», el oscuro frenesí del horror.